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Año 2008 -CARBONILLA Y PASTEL- 120 X 90

Turismo por las provincias. Córdoba, La Rioja y alguna más. Viajábamos en el coche de R.S. Éramos M. la esposa de R. S. Lidia y yo. El coche de R, S. recorría una carretera desierta. En el medio de la nada vimos un pequeño ranchito, con pinta de boliche. Decidimos visitarlo, con la esperanza de poder comer algo.

El ranchito tenía un alero de chapa que hacía las veces de galería. Allí, a la sombra estaba la única mesita, pequeña y cuadrada. Sentado, mirando la ruta, un señor de edad un poco más que mediana tomaba vino en un diminuto vasito. Cabria preguntarse desde cuando estaba allí. Y hasta cuando, porque parecía formar parte del paisaje. Como era la única mesa y posibilidad de sentarse, le preguntamos si le molestaba compartir el sitio. Para nada, el era amable y muy conversador. Nos contó entre otras cosas que fue amigo de Atahualpa Yupanqui. Era todo un personaje. Bigote, sombrero, un pañuelo atado al cuello. Ojos brillantes y mirada intensa. Le preguntamos si le molestaría que lo dibujemos. Accedió gustoso. No podíamos menos que invitarlo a unas copas más. Un par de veces le llenaron el minúsculo vasito. Nos dijo que lo llamaban El Overo. Qué pena no recordar su nombre. Ni cual era la ruta que atravesamos. Ni cual era la provincia, ni si comimos o no. Pero quedaron las pinturas y a través de ellas podemos rememorar al Overo.




El Overo

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Año 2008 -CARBONILLA Y PASTEL- 120 X 90

Turismo por las provincias. Córdoba, La Rioja y alguna más. Viajábamos en el coche de R.S. Éramos M. la esposa de R. S. Lidia y yo. El coche de R, S. recorría una carretera desierta. En el medio de la nada vimos un pequeño ranchito, con pinta de boliche. Decidimos visitarlo, con la esperanza de poder comer algo.

El ranchito tenía un alero de chapa que hacía las veces de galería. Allí, a la sombra estaba la única mesita, pequeña y cuadrada. Sentado, mirando la ruta, un señor de edad un poco más que mediana tomaba vino en un diminuto vasito. Cabria preguntarse desde cuando estaba allí. Y hasta cuando, porque parecía formar parte del paisaje. Como era la única mesa y posibilidad de sentarse, le preguntamos si le molestaba compartir el sitio. Para nada, el era amable y muy conversador. Nos contó entre otras cosas que fue amigo de Atahualpa Yupanqui. Era todo un personaje. Bigote, sombrero, un pañuelo atado al cuello. Ojos brillantes y mirada intensa. Le preguntamos si le molestaría que lo dibujemos. Accedió gustoso. No podíamos menos que invitarlo a unas copas más. Un par de veces le llenaron el minúsculo vasito. Nos dijo que lo llamaban El Overo. Qué pena no recordar su nombre. Ni cual era la ruta que atravesamos. Ni cual era la provincia, ni si comimos o no. Pero quedaron las pinturas y a través de ellas podemos rememorar al Overo.




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