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EL COLAPSO DE LA ESCOLLERA. Monocopia. Primer Premio. Salón de San Fernando. 1986. Colección particular.


EL COLAPSO DE LA ESCOLLERA


Fue un caluroso octubre, hacia los años noventa. Fuimos a Miramar con dos amigos entrañables. No existían en ese entonces las nuevas escolleras de piedra, que retuvieron la arena, ensanchando la playa. Testigos de la furia persistente de las olas, se resistían a desaparecer por completo las viejas escolleras de hormigón. Una de ellas capturó mi atención. Quien sabe por el drama de un poderoso plano de cribaje que dividía la estructura en dos. O por los hierros a la vista, oxidados y retorcidos o más definitivamente por un vano estrecho y vertical que entre dos masas de hormigón dejaba ver el mar. Fue seguramente esa transparencia la que me animó a pintar una monocopia. Lo cierto es que, a pesar de su tamaño modesto, gama monocroma y la insignificancia del tema, obtuvo el primer premio de monocopia. Fuera porque el método es especialmente trabajoso y casi nulas posibilidades de venta, dejé por un tiempo la monocopia y seguí con otros procedimientos. Pasaron veinte años y recibí la visita de una pareja. Ella era muy bonita, psicóloga, el ingeniero y tenían dos hijos adolescentes. La recorrida por las obras no iba muy bien. Después de fatigar pilas de cuadros grandes, medianos y pequeños, no se percibían muestras d gran entusiasmo por parte de la pareja. Eso sí. Era llamativo lo bien que se llevaban entre sí. Jamás se interrumpían en el uso de la palabra, cada uno solicitaba la opinión del otro con un gesto o una mirada. Era obvio que todo era de común acuerdo. Yo diría una pareja ideal. Acabados ya los oleos, comencé con los pasteles. Tampoco hubo éxito con ellos. En un momento dado y de tanto hurgar las pilas aparecen monocopias de antigua data. Con los marcos semidestrozados y los passe partout con manchas de humedad estaba a punto de pasarlos cuando el ingeniero se interesa por “El colapso de la Escollera”. Rápidamente llegamos a un acuerdo de precio, que sería pagado en cuotas. Cuando fui a percibir la segunda cuota tuve el placer de ver colgada mi obra en un lugar importante. Era un hermoso palacete en Caballito, recién re decorado. Me atendió la bella psicóloga, pero había algo raro que no cerraba. Es entonces que me enteré que el matrimonio se había disuelto, en forma nada amigable. Circunstancia muy desagradable, teniendo en cuenta la maravillosa relación que los ligaba.


Particularmente doloroso era para mí identificar al Colapso de la Escollera con el Colapso del matrimonio. De todo corazón deseo que ambos encuentren una ventanita dentro de esa masa gris y que, igual que en el cuadro puedan ver, más allá de la fractura, aunque sea una pequeña porción de un paisaje de mar.



Colapso de la Escollera

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EL COLAPSO DE LA ESCOLLERA. Monocopia. Primer Premio. Salón de San Fernando. 1986. Colección particular.


EL COLAPSO DE LA ESCOLLERA


Fue un caluroso octubre, hacia los años noventa. Fuimos a Miramar con dos amigos entrañables. No existían en ese entonces las nuevas escolleras de piedra, que retuvieron la arena, ensanchando la playa. Testigos de la furia persistente de las olas, se resistían a desaparecer por completo las viejas escolleras de hormigón. Una de ellas capturó mi atención. Quien sabe por el drama de un poderoso plano de cribaje que dividía la estructura en dos. O por los hierros a la vista, oxidados y retorcidos o más definitivamente por un vano estrecho y vertical que entre dos masas de hormigón dejaba ver el mar. Fue seguramente esa transparencia la que me animó a pintar una monocopia. Lo cierto es que, a pesar de su tamaño modesto, gama monocroma y la insignificancia del tema, obtuvo el primer premio de monocopia. Fuera porque el método es especialmente trabajoso y casi nulas posibilidades de venta, dejé por un tiempo la monocopia y seguí con otros procedimientos. Pasaron veinte años y recibí la visita de una pareja. Ella era muy bonita, psicóloga, el ingeniero y tenían dos hijos adolescentes. La recorrida por las obras no iba muy bien. Después de fatigar pilas de cuadros grandes, medianos y pequeños, no se percibían muestras d gran entusiasmo por parte de la pareja. Eso sí. Era llamativo lo bien que se llevaban entre sí. Jamás se interrumpían en el uso de la palabra, cada uno solicitaba la opinión del otro con un gesto o una mirada. Era obvio que todo era de común acuerdo. Yo diría una pareja ideal. Acabados ya los oleos, comencé con los pasteles. Tampoco hubo éxito con ellos. En un momento dado y de tanto hurgar las pilas aparecen monocopias de antigua data. Con los marcos semidestrozados y los passe partout con manchas de humedad estaba a punto de pasarlos cuando el ingeniero se interesa por “El colapso de la Escollera”. Rápidamente llegamos a un acuerdo de precio, que sería pagado en cuotas. Cuando fui a percibir la segunda cuota tuve el placer de ver colgada mi obra en un lugar importante. Era un hermoso palacete en Caballito, recién re decorado. Me atendió la bella psicóloga, pero había algo raro que no cerraba. Es entonces que me enteré que el matrimonio se había disuelto, en forma nada amigable. Circunstancia muy desagradable, teniendo en cuenta la maravillosa relación que los ligaba.


Particularmente doloroso era para mí identificar al Colapso de la Escollera con el Colapso del matrimonio. De todo corazón deseo que ambos encuentren una ventanita dentro de esa masa gris y que, igual que en el cuadro puedan ver, más allá de la fractura, aunque sea una pequeña porción de un paisaje de mar.



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